Por Alejandra Parejo
Publicado en .Alejandra Parejo, Châteauneuf du Pape | Etiquetas : Chateauneuf du Pape, Mindfulness, The Wine Pilot
Oigo sirenas, el ruido de algún material que choca contra el suelo, un coche pita. Me giro, miro por la ventana de este séptimo piso que me regala una panorámica espectacular de los tejados de Madrid y veo una grúa que se mueve lenta, muy lenta pero que no para ni un segundo. Tengo los cascos puestos, sin música, para ver si consigo apaciguar todos los ruidos.
Cierro los ojos, respiro hondo. Un rayo de luz entra por la ventana, me calienta las mejillas. Inspiro y, sin darme cuenta, estoy en un viñedo. Las líneas rectas trazan caminos nuevos. Me agacho, toco la tierra que está húmeda. Doy un par de pasos y entro en uno de esos caminos rectos, largos, con vistas a un horizonte nuevo. Acaricio las hojas, me agacho y me doy cuenta de que hay varios ramilletes perfectos colgando. Algo de brisa mueve las hojas y huele a ese verano que se va, a septiembre, a días largos. Me recuerda a la pausa que nos regalan esos colores naranjas, rosas y lilas. Cojo aire, está fresquito. Mis pulmones se expanden. Acaricio uno de los racimos. Está suave. En alguna uva hay tierra, rugosidades que me enseñan que llevan aquí un tiempo: esperando, sin prisa. Todo lo que me rodea está en pausa. Me tumbo, estiro las piernas y me quedo así, mirando al cielo azul que tampoco se mueve.
Cuando vuelvo a levantarme, me doy cuenta de que hay un par de personas más que me sonríen y me invitan a ayudarles. Cogen los racimos con cuidado y los colocan en unas cajas de madera. Antes de arrancar los racimos los miran, los mueven y, cuando se dan cuenta de que ya están a punto, los cogen para llevárselos y transformarlos en algo diferente e incluso mejor. Sus manos se mueven con delicadeza, como si bailaran. Nadie habla demasiado pero sí se miran y sonríen de vez en cuando.
Todos los racimos que hemos cogido nos esperan en las cajas. Nos sentamos en la tierra y separamos las hojas, los tallos y algunas ramas que han querido venir con nosotros. Uno a uno repasamos los racimos hasta que quedan limpios, suaves, sin tierra. Limpio una de las uvas y me la meto en la boca. Explota y todo su sabor saluda a mis pupilas que estaban también en pausa.
Colocamos las uvas en el lagar de madera. Cojo la manguera y la paso por encima de mis piernas, desde mis rodillas hasta los dedos de los pies. El agua está fría. Me ayudan a subir al lagar cogiéndome de las manos y piso todas aquellas uvas. Puede que haya miles y miles de ellas. Se mueven entre mis dedos, suben y bajan. Me agacho y meto las manos en aquel líquido granate que dentro de un tiempo será vino. Poco a poco, un olor a madera y zumo de uva va conquistando la habitación donde estamos. Pienso en que me gustaría nadar entre todas aquellas uvas. Y me doy cuenta de que estoy aprendiendo a cómo hacer vino de la mejor forma: desconectando para volver a conectarme.
Abro los ojos y vuelvo a estar en el séptimo piso de mi oficina. Sonrío. Ya no oigo ruidos, nada me molesta. Cojo aire y abro mi email, ordeno sin ninguna prisa mis prioridades y me doy cuenta de que todo es mucho más sencillo si focalizo la atención en lo que estoy haciendo y dejo de correr tanto. Activo el modo avión de mi móvil, cierro el email y abro una página en blanco. El cursor parpadea delante de mí y me doy cuenta de que lo que de verdad importa es estar aquí, ahora, delante de un proyecto nuevo. Pongo en modo avión a mis preocupaciones, a aquello que fue y a aquello que vendrá.
Cojo una botella Chateauneuf du Pape Les Hauts de Barville Rouge, me sirvo una copa. Su color rubí conquista el cristal de golpe. Cierro los ojos otra vez, le doy un sorbito. Casi puedo sentir los frutos rojos taconeando en mi paladar. Los abro de nuevo y tecleo todo lo que tengo dando vueltas en alguno de mis hemisferios.
Y, con ese vino observándome, me doy cuenta de que nada es más importante que ese momento, el que está aquí, el que está delante de nosotros esperando a que vivamos cada instante.
Alejandra Parejo
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