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Corcho y vino, una relación indisoluble

Por Alexandra Sumasi

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Puede ser que conozcas la historia: el monje benedictino Dom Perignon, allá por el siglo XVII, observó cómo el vino que se producía en la Champaña generaba ciertas burbujas y quiso embotellarlo con ellas. Y se topó con un gran problema: ¡el taparlas! Así nació una relación indisoluble que nos acompaña hasta nuestros días y que no solo afecta a los “champagne”.

Bien es cierto que el uso de algo parecido al corcho como taponado para la conservación de vino y otras sustancias se remonta a tiempos del Imperio Romano. Pero este se usaba para tapar tinajas o ánforas de un modo sin depurar, con la corteza del alcornoque -el corcho no es más que un material que se encuentra en la corteza de estos árboles- envuelta en brea. A lo largo de la historia ha servido como un potente aislante natural que ha sido usado con frecuencia en todos los países del arco mediterráneo (no en vano, el alcornoque es oriundo de países bañados por el Mare Nostrum). Pero la relación con las botellas de vino no comenzó hasta que Dom Perignon decidió que quería preservar las burbujas naturales del champagne.

Se dice que la idea se le llegó gracias a unos monjes españoles. Algunas fuentes narran que tal cosa sucedió en un peregrinaje a Santiago de Compostela, ya en tierras españolas; otras, que fue tras un viaje a una abadía benedictina situada en Sant Feliu de Guixols donde descubrió las propiedades del corcho en forma de tapones cónicos. En cualquier caso, ¡España tuvo mucho que ver! Tras algunos experimentos, Dom Perignon encontró el taponado ideal: el tapón de corcho, que le ayudó a conservar las burbujas y a lograr que en la botella de vino se produjera la segunda fermentación, evitando -o minimizando- que éstas estallaran a la vez que se preservaba en su interior todo el carbónico generado.

Semejante hallazgo ocurría en el siglo XVII, aunque no fue hasta el siglo XVIII cuando se extendió el uso del corcho a los vinos tranquilos.

Volviendo al corcho, reiterar que es un material natural que se halla en la corteza del alcornoque. Es clave para garantizar la buena conservación del vino, a pesar de que un tanto por ciento muy pequeño, se estropea debido a defectos propios. Así y todo, es el material más efectivo para su aislamiento y conservación. Portugal y España lideran la producción de corcho de calidad, seguidos por algunos países mediterráneos. La producción de corcho requiere de una gran paciencia: solo se extrae de un alcornoque, aproximadamente, cada 9 años, siempre y cuando el árbol tenga cerca de tres décadas de vida. Un corcho de calidad tiene que reunir una serie de atributos como la impermeabilidad y la flexibilidad. Los corchos son ligeros, no son tóxicos ni contaminantes y conforman una alianza perfecta con el vino. Ambos elementos, corcho y vino, requieren de requisitos parecidos para su conservación. Tanto el vino como el corcho agradecen una humedad ambiental en torno al 70-80% y una posición de guarda en modo horizontal. El corcho juega un papel fundamental en la evolución del vino: gracias a su porosidad, permite la entrada de microscópicas bocanadas de aire, evitando un ambiente del todo hermético y permitiendo así que el vino se oxigene de forma pausada, pero siendo, a la vez, una barrera perfecta que evite un envejecimiento prematuro.

Ante tanta perfección, el corcho también puede resultar un problema: el conocido TCA o más coloquialmente, “este vino tiene corcho”, afecta a poco más de un 3% de las botellas de vino del mundo, un porcentaje que no para de disminuir gracias a los trabajos de prevención de la industria corchera. En cualquier caso, las ventajas superan los inconvenientes y el corcho sigue siendo el tapón preferido de los aficionados al vino. En el año 2006, la prestigiosa revista Wine Spectator realizó una encuesta entre sus lectores a cuenta de este tema. Los resultados fueron claros: el 80% de los encuestados prefirió el tapón de corcho frente al 18% que eligió el tapón de plástico. No es baladí, pues, que entre aficionados y amantes, el corcho siga considerado, tras más de tres siglos usándose, como el guardián del vino.

Y dejando a un lado sus bonanzas cuantificables, ¿quién no adora el sonido del descorche? ¿Quién no disfruta de la experiencia de aspirar los aromas contenidos en el propio corcho al extraerlo de la botella? La historia del corcho y del vino, -sea champagne, vino tinto, rosado o vino blanco- como decíamos en el titular es, y continuará siendo, indisoluble.

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1 Thought to Corcho y vino, una relación indisoluble

  1. Fernando Escolano Orte Responder 7 noviembre, 2017 en 10:16 pm

    Sencillo articulo , pero estupendo me ha gustado

    #

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