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THE PILOT (II)

Por R.A.Raga

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Pierre se sentó al volante y encendió el motor, aceleró dos o tres veces, como si quisiera comprobar que las constantes de aquella máquina no habían mermado desde la última vez, hace escasas horas. I love this DB9. Con sumo cuidado, Pierre abrió la guantera, sacó un sobre avejentado color tierra –no sé si por el polvo acumulado o porque era su tono original- y extrajo unas fotos descoloridas. ¿Tampoco te acuerdas de esto? La primera foto, una escena campestre: viñedos, hojas de parra, una mesa larga llena de copas, platos y botellas, a mi lado Pierre y muchas caras desconocidas. La segunda foto, de ese mismo día: otra vez aquella mujer rubia, alta, con el cuello estilizado, vistiendo una camisa blanca y un pantalón color camel amplio que le llegaba muy por encima de la cintura; con una mano la tomaba de las caderas y con la otra sujetaba una botella casi vacía. A pesar del granulado, alcancé a leer la etiqueta: Crozes-Hermitage. La tercera, el mismo escenario, pero más íntimo: aquella mujer me rodeaba con sus brazos por encima de mis hombros, los ojos cerrados, sus labios junto a los míos. ¿Quién es, Pierre? No idea, my friend. Se llamaba Chiara. Es lo único que sé. Había venido contigo desde París.

El Aston Martin se introdujo por las escuetas carreteras de la campiña. Pierre aceleraba y sonreía, era evidente que tenía una relación especial con aquella máquina. ¿Chiara? ¿París? Entramos en un núcleo urbano con bloques de viviendas nuevas que rápidamente dejaron paso a otras de mayor edad, y así progresivamente hasta llegar a una fuente enorme en el centro de una rotonda. Bienvenu à Aix, mon ami. Los castaños y los plátanos, ordenados a lo largo del cours Mirabeau, eran sorteados por grupos de estudiantes que terminaban en ese momento sus clases. Accedimos al restaurante a través de unas escaleras que descendían con dificultad hacia unas cavas húmedas, tenuemente iluminadas. Pierre saludó al maître con un abrazo sonoro. Nos sentamos y comenzamos a leer la carta. En la mesa de al lado, un hombre de unos sesenta años vestido con un traje de chaqueta oscuro, camisa blanca y corbata azul petróleo, tomaba la mano de la que parecía su mujer, una elegante señora con un vestido de tonos claros y en enorme collar de perlas. Voilà, Monsieur. Votre vin. Non, respondió Pierre. Hoy vamos a cambiar. Abra por favor una botella de Crozes-Hermitage.

Pierre era el único que conocía mi secreto. Bien pensado, no. Pierre no lo conocía. De hecho, yo tampoco. Pierre sólo sabía que yo le necesitaba, que él era mi único apoyo en estos momentos. ¿Hasta cuándo? No lo sé. No sabía nada.

Aquel vino era extraordinario. Magnifique, asentí con deleite. No obstante, el primer sorbo había sido insuficiente. Quizás no todos los vinos me ayuden a recordar. Lo intenté por segunda vez. Tomé la copa, lo aproximé a mi nariz, bebí un trago corto y esperé. Pierre me miraba fijamente. Et alors? Su rostro comenzó a mutar, desapareció, ya no estaba él, todo quedó oscuro, escuché unos gritos, un sonido fuerte, en la penumbra todo aquello resultaba inquietante, no podía ver nada, ni siquiera sombras, únicamente escuchaba voces, sobre todo una voz femenina, chillaba angustiada, anunciaba una catástrofe inminente, una hecatombe cuasi apocalíptica, el fin, y de repente un enorme estruendo, y después el silencio. Y la oscuridad. Tom? Tom? Ça marche? Observé a Pierre. En mi mente seguían repitiéndose esas imágenes. Bebí de nuevo. El silencio se tornó blanco, una luz me cegaba, no podía ver nada, era una luz profunda, muy intensa. Una silueta difuminada se acercó hacia mí. Distinguí una chaquetilla de tela blanca, el pelo recogido y un bolsillo exterior con un nombre bordado. C’est quoi Tom? ¿Lo puedes ver? Puedo leerlo, sí. Centre… Centre… Centre Hospitalier Henri Duffaut.

Aquel DB9 no había sido sometido a tal velocidad hasta ese momento. Pierre conducía mientras yo terminaba la botella –único recuerdo que nos llevábamos del restaurante-. Aquella mujer rubia tumbada, los mechones dorados cayendo sobre mi rostro. Ti adoro. La cama era amplia, el techo –a unos cinco metros de altura- lucía hermoso con unos frescos neoclásicos recién restaurados, de nuevo sus cabellos sobre mi frente, cubriéndome la vista, protegiéndome de los rayos del sol que iluminaban toda la estancia, los muebles Luis XVI, y una silla estilo Imperio sobre la cual reposaba mi smoking; su vestido –de noche- color burdeos descansaba arrugado sobre la alfombra, al lado de unos salones altísimos. Ti adoro.

Pierre frenó en seco y, sin molestarse en aparcar –no era nuestra preocupación en aquellos momentos-, entramos por la puerta de Urgencias. Tras una actitud inicial dubitativa, los gestos de sorpresa en aquellas enfermeras tornaron en risas. Jeannette, Anne, Marie, comenzaron a llamarse unas a otras. Llegué a contar hasta seis mujeres que se acercaban y me hablaban, me abrazaban, me besaban, me preguntaban cómo estaba, si aún me dolía el golpe, si recordaba algo del accidente ¿Qué accidente? Si sabía cómo había sucedido. ¿Qué? Monsieur Tom, es casi un milagro que usted sobreviviera. Debería estar muy agradecido a la providencia. Merci. Me zarandeaban, me acariciaban, me escrutaban con su mirada. Mientras tanto seguían llegando más empleados de aquel centro. Merci. C’est un miracle! No había duda. Sus expresiones eran realmente sinceras. ¿Y el resto?, pregunté. Pardon? El resto, ¿Quiénes volaban conmigo? Monsieur Tom, usted viajaba solo.

 

R.A.Raga

@sundaydandy

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2 Thoughts to THE PILOT (II)

  1. Nathalie Responder 16 marzo, 2018 en 8:56 am

    fan total???? magnifique

    #
  2. Francisco Responder 16 marzo, 2018 en 7:38 pm

    Abra por favor una botella de Crozes – Hermitage.

    MaGNIFIQUE !!!!!

    #

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